2008, 18 de junio. Presentación Unidad Didáctica Caravana por la Paz.
Hay momentos en la pequeña parte de la historia que nos implica en los que un elemento de convivencia, que puede ser antiguo, reciente o constante, pero que aparece como nuevo, nos hace replantearnos seriamente si nuestra educación social es la adecuada para encontrar pautas de consenso.
El conocimiento de la diversidad humana, el conflicto, el reparto injusto de los bienes en el mundo, las guerras y, en definitiva, toda clase de desastres naturales o provocados, no constituyen novedad sino que en buena parte, han estado presentes en los contenidos educativos, “materia de estudio”; lo que los convierte en algo cercano, lo que los incorpora a nuestras vidas y a nuestro universo de relaciones es que las noticias y los datos llegan “en persona”, que es sujeto de derecho y no objeto de estudio; el fenómeno migratorio puede ser objeto de estudio, la persona inmigrante es sujeto de derecho.
El agotamiento de las tierras, la falta de agua, los desastres naturales, las guerras, los sistemas injustos…son o deben ser objeto de análisis, estudio y…rebeldía. Pero la inmigración no es otra cosa que una reacción humana por la que, ante cualquiera de estas u otras circunstancias, las personas emprendemos una acción, aquella que nos ofrezca una posibilidad de mejorar nuestras expectativas de vida, la que nos permita buscar paz, seguridad, derechos esenciales o, simplemente, medios de vida. La inmigración nos implica directamente en la búsqueda de respuestas, en las que los datos se analicen a la luz de la sensibilidad, y este proceso es lo que llamamos sensibilización.
El marco educativo institucional suele ser insuficiente y tardío porque tiene su propio ritmo para asimilar, procesar y hacer oficiales las respuestas a las situaciones que se van generando en la realidad cotidiana. Sin embargo en ese mismo marco educativo se expresa una parte de la realidad que va creciendo a nuestro lado, nos conmueve y nos mueve a crear espacios y herramientas para transformación social.
La diferencia entre expresar que asistimos a una realidad cambiante y constatar que vivimos en una realidad dinámica reside, muy posiblemente, en la forma en que nos situamos ante esa realidad. Podemos hacerlo por lo menos en dos formas; como sujetos pasivos que asisten al devenir de acontecimientos ajenos o como agentes capaces de analizar la realidad, actuar sobre ella y transformarla, al fin y al cabo ese es el objetivo de la educación; transformarnos y transformar.
El hecho migratorio es percibido por las sociedades de acogida como un elemento portador de cambios, algo que nos sobreviene y nos obliga a mirar lo que hasta entonces no tenía una existencia en las relaciones de nuestro entorno cercano. Aparece “el otro” como un universo nuevo, diferente, desconocido, sorprendente; pero también aparece un nosotros que, si hasta entonces era una existencia difusa, ahora por contraste, va adquiriendo cierta definición defensiva hacia el exterior mientras que difumina las contradicciones y diversidades internas en las que nos movemos de forma natural.
Por su parte, en el fenómeno migratorio que se ha producido a lo largo de la historia de la humanidad como una forma de respuesta a realidades penosas, se mueven personas con diversas formas de mirar el mundo, con las peculiaridades culturales que configuran un sentido común, a su vez, diverso y contradictorio.
No se trata de embellecer la realidad, ni de simplificar las contradicciones que surgen de la convivencia en diversidad sino todo contrario, se trata de reconocer la existencia de diversos puntos de vista, de mirarnos a nosotros mismos desde la otra parte del espejo. Por otra parte, no hay nada más simplificador, aleatorio y arbitrario que dividir el mundo en nosotros y ellos. Porque para empezar ¿Quiénes somos nosotros, cuales son nuestras costumbres, nuestras normas y nuestras excepciones? ¿Cuáles son las transgresiones que aceptamos y toleramos, y cuales son aquellas que nos parecen inadmisibles? ¿Cuál es el tamiz de conductas que deben atravesar quienes llegan para ser aceptados?
¿Que valor, que papel y que contenidos le damos al ellos y al nosotros, que presencias y que fantasmas convocamos al definir y definirnos? ¿Nos aprestamos a construir una fortaleza que circunde un nosotros de identidad cerrada o a tender los puentes del entendimiento hacia un nosotros más amplio, diverso, acogedor y dinámico?
Las sociedades no son compartimentos estancos ni realidades esenciales e inmutables sino que, por el contrario, están en permanente conexión y cambio, son dinámicas por acción y por omisión. Las construcciones sociales cerradas, aunque parezca paradójico, también cambian, y generalmente lo hacen hacia procesos de descomposición; no hay futuro para las sociedades cerradas y si lo hay no es recomendable.
Es nuestra decisión, nos convertimos en un ladrillo más del muro que separa o aportamos pilares a los puentes que unen. Hay espacio para el encuentro, hay que construirlo y amueblarlo de manera que se reconozcan y respeten los derechos humanos.
Esta unidad didáctica cargada de experiencia y dotada de instrumentos y metodología participativa, es sin duda una buena aportación para ello, para construir puentes y pensar al “otro”, lo que no es sino una forma imprescindible de entendernos “nosotros” también.