2003, 19 de mayo.
La guerra contra Irak ha generado una respuesta social con pocos precedentes en la historia reciente del Estado español. Las grandes manifestaciones sobre todo el 15 de febrero, y muchas otras como las del 15 de marzo, la Marcha a Rota… por señalar las mas importantes. Pero han sido miles los pronunciamientos, las acciones y movilizaciones espontáneas que se desarrollaron en colegios, universidades, en la calle o en los centros de trabajo. Han sido movilizaciones apenas convocadas. En la mayoría de las localidades ni siquiera se han editado carteles, ni ha dado tiempo a repartir panfletos. La convocatoria era de boca en boca o a través de Internet que ha jugado un importante papel en la difusión.
La amplitud de las movilizaciones, la diversidad de los sectores sociales que se han manifestado contra la guerra, con insistencia y de maneras muy diversas, la han convertido en la movilización de mayor dimensión, magnitud y duración registrada desde la transición. La movilización social de estos meses constituye sin duda una respuesta que no puede sino generar esperanza e ilusión en medio de la crisis terrible que estamos viviendo.
Es importante preguntarse cómo se llegó a la masa crítica que fundió en un solo grito la protesta, que unió a millones en el NO a la Guerra. Probablemente no haya un solo motivo, sino un cúmulo de frustraciones que pujaban por expresarse y esperanzas queriendo ponerse en camino y actuar para convertirse en presente.
Quizás el convencimiento íntimo de que estábamos ante una injusticia insoportable. Una injusticia que se anunció como una siniestra cuenta atrás, que permitió ir comprendiendo poco a poco a millones de personas la gravedad de la misma.
Quizás la creciente sensación de que nos estaban tomando el pelo. Ha sido el decretazo. Ha sido el Prestige. Ha sido la Ley de Calidad de la Enseñanza. Ha sido la cerrazón de un gobierno soberbio y prepotente.
Quizás la existencia difusa de un poso de solidaridad del que también existen precedentes. Como digo, ahora ha sido el Prestige, pero fueron antes las manos blancas cuando Miguel Ángel Blanco o la solidaridad con Ruanda y las acampadas del 0’7 a mediados de los 90.
También habrá que pensar en la muchas veces descrita como omnipotente capacidad de los medios de comunicación para manipular las conciencias. Existe esa capacidad y responde a intereses sin duda como se ha demostrado en la formidable campaña de manipulación puesta en marcha conforme avanzaba la guerra. Pero no es una capacidad omnipotente, tiene sus límites. E importantes como ahora se ha demostrado
Este movimiento, como no podía ser de otra forma, no ha expresado una acabada opción ideológica. Ni siquiera política. Se trata mas bien de indignación ante la injusticia, de opción de paz, de hartazgo difuso y poco concreto. Cuando se trata de millones de personas es difícil que pueda ser de otra manera. Y además, es complejo que se reúnan todas las condiciones para que un movimiento como el de oposición a la guerra pueda volver a manifestarse con tal masividad e insistencia como en estos meses.
Pero no es descartable tampoco, porque lo que si parece es que mucha gente empieza tomar conciencia de lo que está en juego y a exigir que se la tenga en cuenta. De alguna forma se está generando una nueva forma de entender la ciudadanía, se quiere empezar a hablar con voz propia y se quiere que esa voz sea escuchada…
Se ha desenmascarado la pobreza moral y democrática de los gobernantes, a los que se ha colocado en su sitio, esto es, a la altura de Sadam, de un gobernante que no tiene en cuenta a su pueblo, al tiempo que se ha fortalecido la calidad humana, moral, educativa y democrática de nuestra sociedad.
Ya por lo pronto, ante la desproporción vivida entre el sentir ciudadano y el de nuestros actuales gobernantes, se han revelado muchas de las carencias y límites de nuestro sistema democrático y de la articulación de la vida política. convirtiendo en un debate social la necesidad de caminar hacia modelos que favorezcan al máximo el respeto a la voluntad y participación plural y plena de la ciudadanía.
Pero, es difícil predecir por los rumbos que pueda tomar este movimiento que se ha generado. Pero estoy convencido de que el nivel de concienciación colectiva alcanzado y el espectacular despliegue de moralidad publica a buen seguro dejará una huella, un poso de pacifismo que tendrá consecuencias positivas en la psicología social de los próximos años
Es quizás nuestro deber el saber sintonizar con ese sentimiento. E intentar que sirva de apoyo, de base o de colchón para ampliar y reforzar la conciencia y la lucha por los derechos humanos y por ese otro mundo posible todavía inconcreto pero que nos sirve de horizonte para caminar, como decía Galeano de la utopía.