2019, 10 de abril. Publicado en Andalucía Información
Siempre que pienso en el Senado de España me acuerdo de las peplum en las que las legiones romanas iban encabezadas por una banderola que ponía SPQR (Senātus Populus Que Rōmānus ‘El Senado y el Pueblo de Roma’). Y me vienen a la memoria esas sesiones de debate entre grandes diletantes que marcaron el arte de la oratoria para los siglos venideros.
Pero realmente no sé porque pienso en togas senatoriales. Nada más lejos el senado de Roma de nuestro insoportable Senado. Nada más lejos la oratoria romana del nivelito de nuestros políticos senatoriales. Nada más alejado del pueblo que nuestro ínclito senado
Aunque nadie lo diría, lo cierto es que el 28 de abril también votamos el Senado. Normal, ya que se trata de otra de las instituciones obsoletas que adornan nuestra Constitución. Recuérdese que la también llamada Cámara Alta fue suprimida por la Segunda República ya que hasta entonces sólo había sido la guarida de la carcundia restauradora.
El Senado está formado por 266 senadores, 208 de los cuales se eligen por sufragio. Cada provincia elige 4 senadores, más un total de 12 en las Islas y 2 más por Ceuta y 2 por Melilla. El sistema es mayoritario por lista única agrupada por partidos, donde cada elector puede marcar un máximo de tres.
Además, hay 58 que designan las comunidades autónomas. Cada comunidad autónoma elige un número de senadores en función de su población, que nombra su parlamento autonómico repartiéndoselo entre los partidos que lo componen.
Este intrincado sistema favorece mayorías absolutas partidistas que han terminado de vaciarla de la escasísima utilidad que ya de por sí tenía en la Constitución. Eso sí, ha sido extraordinariamente útil para garantizar un retiro dorado a viejos elefantes de los partidos, el sitio donde colocan a los que no saben dónde colocar para premiarlos por los servicios prestados.
Pero lo es también como guardia de bloqueo de esta democracia encorsetada. Así, su tradicional mayoría de derechas ha paralizado políticas progresistas cada vez que han podido. También ha resultado muy útil para aplicar el 155 a Catalunya y llevar a un callejón sin salida el conflicto catalán entre unos y otros.
Así que ahí lo tenemos: un Senado con una mayoría reaccionaria que actúa holgadamente alejando cualquier posibilidad de haberse convertido en una cámara territorial, si es que alguna vez la hubo. Porque lo que a estas alturas nadie duda (excepto los trogloditas, con perdón para los trogloditas) es que existe una gran crisis territorial del estado español.
Si de alguna forma fuera posible encausarlo sería avanzando hacia un sistema federal de articulación de nuestra diversidad nacional y regional. Un sistema federal en el que, ahí sí, sería importante un Senado como Cámara Territorial, elegido directamente por cada comunidad autónoma que fuera una circunscripción ella misma, para garantizar la máxima proporcionalidad.
La gente progresista hemos pasado bastante del senado, con argumentos no exentos de razón. Pero los espacios vacíos tienden a ocuparse, y con frecuencia se llenan de elementos que no queremos. Esto es lo que ha pasado durante años con el senado, que viene a ser como un almacén de pensamientos desechados, objetos polvorientos y fantasmas del pasado. Y todo porque nunca nos atrevimos a actuar, sino que todo se nos iba en decir, algún día habrá que hacer algo con eso de ahí arriba. ¿Seremos capaces de dar un nuevo uso a esa estancia del altillo, limpiándola de roedores antes de que se nos caiga encima por el peso de las momias acumuladas y la acción de la carcoma?