2013, 9 de junio. Blog APDHA Cádiz.
Un apunte de hace un par de semanas de Fernando Santiago en su blog en el Diario, me suscitó estas reflexiones. Decía Fernando: «Cuando ustedes oigan a alguien gritar esta frase ya saben que va para el cajón. Sea un equipo de fútbol o sea un grupo reivindicativo, el “¡Sí se puede!” es una muestra de impotencia y mal fario. Es lo que les ocurrió ayer a los congregados en torno a Hacienda y el Pájaro-jaula, que cuando empezaron a gritar tal frase ya cualquiera se daba cuenta de que no se puede, de que la política económica la van a imponer los mismos durante el tiempo que estimen conveniente«.
Puede que a algunos de los que somos impenitentes “pancarteros” o “esloganeros” de megáfono en mano, les haya podido irritar esta frase por su desnudez sin matices; pero, a mi juicio, por el contrario, Fernando ha tenido la virtud de reproducir crudamente el cuestionamiento recurrente de mucha gente ante las movilizaciones sociales… Pero, realmente ¿sirven para algo? Nuestra respuesta también recurrente suele ser algo así como que ¡menos sirve quedarse sentado en el sofá viendo la tele! Pero convengamos en que se trata de un argumento como para salir del paso en la barra del bar, que sin embargo no es satisfactorio, pues no da respuesta a la cuestión planteada: la utilidad de la movilización social o de los lemas que les dan soporte o hacen fortuna como ese ¡si se puede!
Los viejos del lugar hemos vivido, a veces en muy primera persona, desde campañas como las del 28F, contra la OTAN referéndum incluido, sobre el servicio militar, acampadas por el 0,7, movilizaciones como manos blancas o manifestaciones contra la guerra que fueron de las más masivas que se recuerdan. Sin contar claro las miles de movilizaciones obreras de empresas o sectores de importancia capital para la vida de nuestra gente en esta provincia.
Una mirada retrospectiva que sin embargo no hace sino poner de relieve que ciertamente es posible que estemos viviendo la cadena de respuesta ciudadana más importante en muchos años a unas políticas injustas. No hace falta ser muy experto para entender la razón: son políticas que todo el mundo percibe como injustas e inhumanas y que además considera odiosas porque también todo el mundo es consciente que sólo tienen como objetivo salvar a los banqueros, enriquecer a especuladores o proteger a los corruptos. La sanidad en Madrid, la enseñanza en todo el estado, la minería no hace tanto, las personas de la dependencia, los que luchan por una vivienda o contra el robo de la hipotecas, los que fueron estafados por las preferentes, movilizaciones obreras, de funcionarios, de tanta gente de bien y esperanzada de que con su actitud comprometida -aunque solo sea una tarde, aunque solo sea unas horas-, siente que está poniendo su granito de arena para que las cosas cambien.
Pero esa imponente movilización ciudadana ¿Qué efecto está teniendo? ¿sirve para algo?
Es verdad que parece que por más que digamos o hagamos el muro en el que se han encerrado las élites gobernantes parece impenetrable y ellos siguen a lo suyo: van a imponer, en palabras de Fernando, lo mismo, los mismos y durante el tiempo que estimen conveniente. Nos golpea en la memoria Bertolt Brecht (La violencia garantiza: “Todo seguirá igual”. No se oye otra voz que la de los dominadores, y en el mercado grita la explotación: “Ahora es cuando empiezo”. Y entre los oprimidos, muchos dicen ahora: “Jamás se logrará lo que queremos”), la impotencia va pareja de la indignación, se extiende la desafección y el alejamiento, y, lo que es peor, la resignación y el sálvese quien pueda…
Y, sin embargo… Sin embargo, se mueve.
Desde el 15 de mayo de 2011 ya nada es igual. Los movimientos sociales se han fortalecido y ampliado sus miras, han encontrado fórmulas imaginativas y audaces de participación y de cuestionamiento, han roto el tabú de la democracia del vota y calla, han planteado alternativas. Últimamente con prudencia, pero con audacia y sin complejos se está logrando poco a poco enlazar y sumar esfuerzos y esperanzas, nuevas iniciativas que no desprecian ni desperdician el sacrificio y la entrega de toda una vida de tanta gente.
Y están, modestamente estamos, condicionando la agenda política: cuestiones prácticamente impensables hace sólo un par de años tienen que ser contestadas y tienen que formar parte de la preocupaciones de esa parte de la llamada clase política (no toda desde luego) que vive de la gente pero por encima y a espaldas de la gente. Sólo su cerrazón, su incapacidad de ir más allá de sus mezquinos y espurios intereses, su inquebrantable voluntad de agachar la cerviz ante los mercados y el sistema financiero es lo que está provocando una crisis política, institucional y moral sin precedentes.
Ya nada puede seguir igual. No con nuestro silencio desde luego.
Pero las movilizaciones, las modestas concentraciones, las charlas, las asambleas, los encuentros, no sólo son una respuesta ante una injusticia insoportable. Todo ello, permítanme, es también la esperanza, el encontrarnos a nosotros mismos, el sabernos parte de algo, que establecemos lazos, complicidades y alianzas, el comprender que juntos podemos, que somos la mayoría. Pero todavía más que todo ello: estamos aprendiendo a ejercer la ciudadanía activa, que tiene derecho a participar y a que sus exigencias sean tomadas en consideración.
Posiblemente habrá que ir más allá, y todavía ha de vislumbrarse como hacer para que nuestras propuestas alternativas se conviertan en realidad y como andar ese camino. Pero hasta ahora el ¡si se puede! no es sólo una consigna afortunada. Es un sentimiento extendido, es una esperanza, es rabia contenida y un grito acumulado en la garganta.