2012, 17 de mayo. Blog APDHA Cádiz.
Durante unos días -del 28 de abril al 4 de mayo- el Reino de España ha restablecido los controles fronterizos con los países vecinos europeos. Es decir, ha dejado en suspenso durante siete días el Tratado de Schengen que garantiza la libertad de circulación en las fronteras interiores de la UE. El motivo aludido es la supuesta llegada de personas “antisistema” durante la cumbre del Banco Central Europeo que se celebra el 3 de mayo en Barcelona.
El artículo 2.2 del citado Tratado Schengen prevé efectivamente un dispositivo temporal de suspensión de la libertad de movimiento, pero sólo por razones de “una seria amenaza al orden público o a la seguridad interior”. Este dispositivo ha sido utilizado frecuentemente en el contexto de grandes cumbres y eventos internacionales: por ejemplo, Italia suspendió Schengen durante el G8 de Génova del 14 a 21 julio 2001 y el G8 de l’Aquila de 28 junio a 15 julio de 2009; Francia lo hizo por el G20 del 2 a 4 noviembre 2001; Alemania por el encuentro de la OTAN del 2 a 4 abril 2009.
De todas formas, el concepto de seguridad nacional se está entendiendo de manera más que flexible para proceder a la suspensión de Schengen; tal fue el caso de Alemania durante la Copa del Mundo de fútbol de 2006; o de España con motivo de la boda del príncipe de Asturias en 2004.
En efecto, las últimas decisiones de diversos gobiernos de la UE sobre Schengen crean bastante incertidumbre, pues ponen en cuestión la libertad de circulación interna, tan laboriosamente conseguida en la UE y que es precisamente uno de los pilares fundamentales de la integración europea.
La suspensión del Tratado en Dinamarca, Francia e Italia durante 2011 ha demostrado que Schengen no es un paso definitivo sin marcha atrás. También Noruega, por razones de seguridad nacional, ha suspendido este año el tratado, mientras Holanda quería fortificar los controles fronterizos con un sistema de video vigilancia.
En el caso de Francia e Italia, la llegada de unos pocos miles de inmigrantes procedentes de la crisis libia [se calcula que unas 30.000 personas, en tanto Túnez acogía a varios cientos de miles], en medio de una desmedida y demagógica campaña, “fundamentó” una decisión francesa sin precedentes: la suspensión temporal de la entrada en su territorio de trenes provenientes de Italia. Días después, en una cumbre entre Berlusconi y Sarkozy, ambos países acordaron solicitar la modificación del Tratado para extender la posibilidad de establecer controles fronterizos en caso de “crisis” migratoria.
Es este el contexto en el que la Unión Europea está planteándose la posible reforma del conjunto del Tratado de Schengen. Y en el que surge la semana pasada la propuesta franco-alemana para que los estados puedan unilateralmente restablecer las fronteras en el interior de la UE si un tercer estado del espacio Schengen no logra contener un flujo masivo de inmigrantes. E insisten que esa decisión corresponde a la soberanía de cada Estado y no a la Comisión Europea (como establece el Tratado).
El Acuerdo de Schengen, en la medida en que acaba con las fronteras interiores (no sin algunos límites como hemos visto) representa uno de los mayores éxitos de la UE, la libertad de circulación de los ciudadanos; y sobre todo es una de las manifestaciones más evidentes de la integración europea. Hoy todavía, haber borrado los controles sistemáticos en las fronteras interiores sigue siendo el logro más importante de la UE a la hora de “transnacionalizar” el reconocimiento y ejercicio de los derechos fundamentales de los ciudadanos europeos en su espacio político-jurídico. Más de 400 millones de ciudadanos europeos pueden viajar sin hacer largas colas ante los policías aduaneros para mostrar su pasaporte, que ya no es necesario para viajar en el seno del espacio Schengen.
Pero Schengen tiene otra cara. Los esfuerzos y los recursos, anteriormente dedicados a las fronteras interiores, se han trasladado al control de las fronteras exteriores. El Sistema de Información Schengen (SIS), el SIRENE o el Sistema de Información de Visados (VIS), constituyen formidables sistemas de control ciudadano, y no sólo para personas de países terceros. Suponen un peligro para el derecho a la intimidad y a no ser controlado por los poderes públicos.
Schengen, junto a sistemas como el Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE) de España y la puesta en marcha de la agencia Frontex, es también un pilar de la construcción de la Europa Fortaleza, generadora de graves violaciones de los derechos humanos y responsable de que miles de personas hayan perdido la vida intentado llegar al viejo continente, cerrado a cal y canto.
La petición franco-alemana se inscribe en la corriente renacionalizadora que atraviesa toda Europa. Hacia el interior y hacia nuestro entorno más inmediato. La crisis económica, y la no menos grave crisis de identidad que sacude toda la Unión Europea, provoca que Europa se enroque en sus propios miedos ante una realidad interior cada vez más sombría y un entorno cambiante de perspectivas inciertas, tanto en el Este como en el Sur, alimentando un ascenso de partidos e ideologías racistas y xenófobas de extrema derecha que contaminan a todo el cuerpo político.
Todo ello está provocando un cuarteamiento de los logros de Schengen [la libertad de circulación interna] y, de reformarse el Tratado volviendo al levantamiento de las viejas fronteras europeas, un retroceso y posiblemente el fin del sueño de la integración europea. Al tiempo que se mantienen y potencian sus aspectos más sombríos ligados a la Europa Fortaleza. Quizás sea el momento de recordar que miles de personas murieron el año pasado intentado llegar a las costas europeas y que tal vez deberíamos prestar atención a esa otra cara que también presenta Schengen.