2006, 14 de diciembre. La Voz de Cádiz.
El pasado 10 de diciembre se celebró el 58 aniversario de la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La ONU ha decidido dedicar este día a la lucha contra la pobreza. Sin embargo, como decía en su Informe el Secretario General de la ONU, todavía es raro que la pobreza se vea a través de la lente de los derechos humanos. Más bien a menudo se percibe como algo trágico pero inevitable, e incluso como responsabilidad de aquéllos que la sufren… La realidad es diferente. La pobreza está formada por muchos ingredientes, pero siempre se ha caracterizado por factores tales como la discriminación, el acceso desigual a los recursos y la estigmatización social y cultural. Esos “factores” tienen otro nombre: denegación de los derechos humanos y la dignidad humana.
Cuando miramos lo ocurrido este año con la llegada masiva de cayucos a las Islas Canarias, no podemos sino pensar en África, que es el continente mas pobre del mundo. Las cifras son escandalosas: más de 30 millones de personas están contagiadas de sida en África. 300 millones de ellas viven con menos de un euro diario. 100 millones están afectadas por las consecuencias de los conflictos armados, mientras que el 40% de los niños no recibe atención primaria.
Acaba de publicarse un estudio según el cual El PIB de todos los países africanos juntos no supone más que el 2% del PIB mundial. Es decir, si toda África se hundiera (Dios no lo quiera) la economía mundial sufriría tan sólo una pérdida del 2% de su producto total.
Y ello no es sino el producto del expolio, de una ayuda al desarrollo insuficiente y muchas veces equivocada, de gobiernos corruptos, de la falta de democracia, del sin fin de guerras y conflictos armados, no pocas veces animados por intereses espurios… de la falta de empoderamiento de sus pueblos.
Pero, además, en un contraste hiriente, la pobreza extrema convive junto al despilfarro y la opulencia. A veces separadas tan solo por una estrecha franja de 14 kilómetros de agua.
Como no recordar, por ejemplo, que, a finales del siglo XX, los habitantes de Europa y EE.UU. gastamos 17.000 millones de dólares en alimentos para animales, pero no logramos invertir los 13.000 millones de dólares anuales necesarios para eliminar el hambre. Como no aludir sin escalofríos a que mientras la UE subvencionó con 913 dólares a cada vaca de su territorio en el año 2000, destinaba tan sólo 8 dólares a cada persona africana para ayudarla a salir de la pobreza.
No es así de extrañar el éxodo, la huida de condiciones que no permiten la mínima dignidad humana. Lo están intentando ahora en los cayucos. Lo intentaron asaltando las vallas de Ceuta y Melilla. Muchos de ellos en un ejemplo de ignominia abandonados al desierto. Otros devueltos “manu militari” a su país de origen. Todos interrogándonos desde su mirada clara e incrédula.

Aminata Traoré es una de las personas que simbolizan la nueva África, la que se moviliza y reivindica su pasado y su futuro. Otra África posible. Ministra de cultura de Malí bajo la presidencia de Alpha Oumar Konaré. Escritora de libros como L’Etau o la Violación del Imaginario. Destacada activista altermundialista, cuyo papel fue imprescindible en la realización del primer Foro Social Mundial que se organizaba en África, concretamente en Bamako el pasado mes de enero. Fundadora del Foro Social por otro Malí. Organizó tras los graves sucesos de Ceuta y Melilla la Caravana africana por la dignidad.
Esta mujer imprescindible ha conseguido evitar el ostracismo y la desesperación para los miles de malienses devueltos por Marruecos el año pasado, buscando vías de reintegración y de futuro en su propio país.
Entregar, como haremos el próximo día 14 en la Facultad de Ciencias Económicas, el premio Derechos Humanos 2006, es para la Asociación Pro Derechos Humanos un honor.
Y es, de alguna forma, volver la mirada hacia África, en la que debemos poner nuestro corazón. Un continente donde todo se vuelve enorme y desmesurado; la enfermedad y la belleza, la tiranía y el hambre, la miseria y la riqueza, pero sobre todo el desierto que se extiende entre el sufrimiento y la justicia.
África de seres humanos sin derechos, de pueblos que perdieron su país, de países sin ley, de leyes sin humanidad.
África de fronteras trazadas al compás de occidente, de riquezas tasadas por los precios del norte, de culturas y tradiciones destruidas, de intentos de libertad fríamente ignorados.
Miramos hacia África, al éxodo constante de un infierno a otro, de la guerra al exilio, de la muerte al hambre, de la miseria al mar y en el mar, una vez más, la muerte.
África de mujeres que se yerguen ante la miseria y sostienen la vida todo un continente en sus hombros de reinas.
África de jóvenes sanos y fuertes que buscan otra vida, que nos traen otra vida y con ella otra forma de mirar el mundo. Ellos traen en sus ojos cosas que no hemos visto, paisajes, experiencias, otros mundos que sin embargo existen y han de contar a la hora de construir el futuro.
Cuando entreguemos a Aminata Traoré el premio Derechos Humanos 2006, tenemos que volver los ojos hacia África y reflexionar cuanto nos incumbe en la destrucción de sus hombres y mujeres que, pese a todo, nos devuelven la canción más vieja de la tierra que expresa el ansia de vida.