2018, 12 enero. Publicado en blog APDHA-Cádiz
Extracto de la intervención en el Encuentro del Foro de Participación Ciudadana de Cádiz (12 de enero 2018)
No son pocas las veces en que hemos insistido en que la participación es -debe ser- un pilar de la democracia. Justamente decimos que sin participación no hay verdadera democracia.
Tampoco han sido pocas las veces en que hemos recalcado en que para que la participación sea efectiva y cumpla sus objetivos democráticos, hace falta que los poderes públicos se lo crean y la impulsen sin dobles sentidos ni intereses espurios.
Y reiteradamente hemos denunciado hasta hacernos pesados que precisamente los partidos y poderes públicos no se lo creen y a la realidad nos remitimos. La Junta ni está ni se la espera en participación. Nuestro Ayuntamiento, más allá de algunas iniciativas interesantes que es preciso reconocer, no ha sabido articular una propuesta clara del modelo de participación en nuestra ciudad. Por su parte la oposición tampoco podemos decir que haya estado muy fina usando la participación como un tema más de desgaste de quienes gobiernan.
Pero los problemas para esa participación que nos gustaría no vienen sólo de las administraciones. Por eso hoy me gustaría por una vez echar una mirada al movimiento asociativo, reflejando lo que me parecen obstáculos propios.
Admitamos de entrada que también la participación es complicada para los propios colectivos sociales.
Primero porque exige un compromiso y una responsabilidad a las que a veces no se puede llegar por falta de capacidad y recursos; además de que muchas veces las cuestiones sobre las que hay que definirse son cuestiones complejas que exigen cierto grado de especialización y para los que en general no estamos preparados, asistiendo en ocasiones a las reuniones como meros oyentes.
Luego, porque hay una dificultad para compaginar las tareas y objetivos propios del colectivo con el trabajo en redes. Que, reconozcámoslo, es difícil de resolver. Somos -todos sin excepción- colectivos modestos, con pocas personas activas y escasos recursos. Si dedicamos nuestros esfuerzos a lo común podemos devaluar lo propio e incrementar la espiral de debilitamiento. O viceversa, si nos aislamos en nuestras tareas y objetivos dejamos de participar en miradas más amplias de la realidad. Es un equilibrio complejo que exige -si se desea abordar- ganas y ciertamente un poco de arte.
Y finalmente porque hay colectivos a los que la participación no les interesa, que prefieren ir a lo suyo. Y para ello las razones pueden ser muy diversas, lo que sería de interés abordar en algún momento.
En todo caso para avanzar en la participación hace falta un mayor trabajo en red (no necesariamente bajo el paraguas de la administración). Hay algunos ejemplos en Cádiz que han sido muy interesantes, como en su día la Plataforma de Vivienda, el trabajo estos meses atrás de la Mesa por el Empleo, la coordinación para barrios ZNTS, la mesa de Personas sin Hogar, la Marea Blanca, el Plan de Salud de la Viña o el trabajo de incidencia y articulación de los movimientos feministas, por citar algunos.
Tradiciones a las que tenemos que renunciar
Para que este trabajo avance, cuaje y se convierta en factor de cambio pienso que hace falta que los colectivos sociales seamos capaces de renunciar a algunas tradiciones perniciosas que solemos llevar casi sin percibirlo en nuestra mochila. Y digo tradiciones porque vienen de lejos en la historia de los movimientos sociales y de la izquierda en genera y son reproducidos e impregnan de forma bastante generalizada a muchas organizaciones.
Entre esas cargas que dificultan avanzar en articulación y participación es que muchos colectivos nos creemos el ombligo del mundo. Y siempre andamos quejándonos de que no se tiene en cuenta ni se reconoce suficientemente nuestro trabajo.
Ello suele ir acompañado además de que en muchos casos nos auto asignamos de una representatividad las más de las veces imaginada. Y entre ambas cosas pues exigimos una consideración especial, incluso superior, al resto.
Otra piedra que suele pesar en nuestra mochila son las actitudes sectarias, que tanto daño hacen al movimiento asociativo. Actitudes que van desde la falta de respeto a los otros colectivos hasta las exclusiones por cuestiones de pureza ideológica. Que si no nos juntamos con estos porque son religiosos. O con aquellos no queremos saber nada porque son “reformistas” les falta la combatividad que creemos que hay que tener. Combatividad por cierto que muchas veces se nos queda tan sólo en las proclamas. O, por el contrario, no nos juntamos con esos otros porque son demasiado radicales. Ejemplos podríamos poner muchos, pero creo que son lugar común.
No es difícil reconocer que junto a las actitudes sectarias abunda la intransigencia. Es aquello de que para ir juntos a hacer algo tiene que ser con las posiciones que yo defiendo que son irrenunciables. Cuando es precisamente la capacidad de acordar y de dejarnos plumas en el gallinero cómo es posible enriquecernos y avanzar y construir.
Habría que añadir porque habitualmente va todo entremezclado, que abunda la competitividad y el recelo por la ocupación de parcelas de trabajo social. Es aquél estilo tan macabro y antipático del ¡estos pobres son míos! Cuando lo que precisamente falta es más gente que se involucre y que además se coordine.
Son efectivamente tradiciones muy perniciosas que paralizan el movimiento asociativo, su coordinación, el potencial de trabajar juntos y, en última instancia, la capacidad de influencia en la gestión de los asuntos públicos a través de una verdadera participación ciudadana. Pero se puede avanzar, porque estoy convencido que es posible superar tradiciones antipáticas y además contamos en Cádiz con experiencias realmente interesantes y simpáticas.